miércoles, 25 de noviembre de 2009

Fumadores de tercer grado


Josep Maria Fonalleras en El Periódico de Catalunya.

Se trata de un chiste católico con tres protagonistas, uno de los cuales siempre es un jesuita. El segundo es miembro de cualquier otra orden religiosa; y el tercero es una autoridad eclesial cualquiera: el Papa, un obispo o un cardenal. Mientras que sus colegas reciben la negativa del superior cuando le plantean la posibilidad de fumar mientras rezan, el jesuita, más hábil, logra sus propósitos porque ha planteado la hipótesis de rezar mientras fuma, lo que es visto con simpatía como muestra de fervor religioso. Pasamos de la concentración espiritual extrema que impide cualquier acto superfluo, como fumar, a la devoción espiritual extrema que te lleva a rezar incluso si estás fumando. Digo todo esto porque yo soy de los que aprovecha cualquier ocasión, mientras fumo, para trabajar. Como un jesuita, para entendernos. Lo reconozco: un pecado mortal, solo matizado por la ocurrencia que acabo de contar.
Y reconozco también que fumar ante un ordenador es una circunstancia que puede dañar su funcionamiento. Puede que caiga ceniza en el teclado o que una chispa lo acabe quemando. Son efectos colaterales que un fumador debe asumir. Lo que no podíamos sospechar es lo que ya ocurre en Estados Unidos. Apple se niega a reparar Macs a los fumadores y a todos los que se hayan atrevido a dejarlos expuestos a un ambiente de humo. Dicen que la garantía no responde y que sus técnicos pueden salir perjudicados si entran en contacto con un ordenador ahumado. Los afectados se lamentan porque dicen que, a lo sumo, son fumadores pasivos y nada más. ¿Cómo deberíamos llamar a aquellos que tocan objetos tan peligrosos como un Mac que un día fue utilizado por un apestado de la nicotina o como, por ejemplo, la contaminada cafetera de un bar? ¿Fumadores de tercer grado?

lunes, 28 de septiembre de 2009

Purazo

jueves, 27 de agosto de 2009

Smoking area

domingo, 2 de agosto de 2009

Los inquisidores de humos


Un artículo de Antonio Burgos


REPITO lo que dije el otro día, pero ahora a cigarros apagados: «Hijo,
estaremos en una democracia y habrá libertad, pero ni en la dictadura
había tanto intervencionismo ni te organizaban la vida de esta forma».
Contra Franco fumábamos mejor. Los fumadores no eran entonces unos
peligrosos sociales. Se ha hablado del regreso a la niñez que supone
el dictatorial prohibicionismo: volvemos a tener que meternos en el
váter para fumar. Pero peor que en el colegio. Allí te metías en
lugares, como llamaban a los baños en los colegios de los jesuitas, y
nadie venía a mirar si salía humo. Pruebe ahora a quitarse el mono de
la nicotina echando un cigarrito en los lavabos de un avión. Es más
que probable que le caiga la perpetua, impuesta por los inquisidores
sin humos.
Que son auténticos dictadores contra el tabaco. Para ellos no hay
mayor problema que el tabaco. Ni más solución que prohibirlo. Son
obsesos del prohibicionismo. El Rey cuenta lo que le ocurrió en su
despacho de La Zarzuela con esa loquita furiosa del antitabaquismo que
es la vicepresidente Elena Salgado. Tenía el Rey una audiencia con la
buena señora, quien entró en el despacho regio, y sin más saludo ni
cortesías, se puso a oler descaradamente, haciendo sonar el aire que
le entraba por las narices, como perro cazador husmeando presa. Y como
una posesa, exclamó:
-¡Aquí han fumado!
Y el Rey le contestó:
-¡Claro! He fumado yo, porque ésta es mi casa.
Si no llega a ser Don Juan Carlos, calculo yo que hubieran sido 300
euros de multa. Es lo que más les gusta a los inquisidores del humo:
no que no se fume, sino que se les caiga el pelo a los que osan fumar
donde ellos han determinado que no se puede. Como si no tuviera en qué
ocuparse con la Gripe A, Trinidad Jiménez ha cantado la gallina de
esta inquina prohibicionista de la Ley Apagada, mucho más rígida que
la Ley Seca americana de los años 20. Ha anunciado que van a prohibir
el tabaco en ab-so-lu-ta-men-te todos los locales públicos. Ni chicos
ni grandes: en todos. ¿Y saben por qué? Porque dicen que la ley
antitabaco ha perdido «su carácter disuasorio». Traduzco: que no da
suficientemente por saco a los fumadores. Hay que hacerles la vida más
imposible todavía. Hay que satanizarlos más como la causa de todos los
males de la Sanidad. Sostiene Trinidad Jiménez que de los 350.000
locales de ocio que hay en España sólo han conseguido que 40.000 sean
libres de humos. ¡Viva el carácter disuasorio de la ley! Y si de paso
se manda fusilar a los dueños de los bares que dejen echar un
cigarrito, verá usted cómo entonces la ley ha cumplido completamente
este carácter disuasorio.
Con toda la demagogia económico-sanitaria del mundo, sostiene Jiménez
que cada fumador cuesta 23.000 euros en gastos de hospital y botica y
en bajas laborales. Y que está la cosa muy achuchada como para pagar
más medicinas de las bronquitis crónicas. ¿Y las cirrosis hepáticas,
no le cuestan dinero a la Sanidad pública, hija mía? ¿Y los
conductores borrachos, no matan a nadie por la carretera, hija mía?
¿Por qué entonces no prohíben ustedes también tajantemente el alcohol
y los botellones callejeros de los chavales, pues también deben de
costar un dinero muy curioso al año en médico, en botica y en bajas
laborales por papalina gorda del sábado noche y por hígados hechos
polvo?
Nunca creí que estos señores tan antinorteamericanos fuesen a imitar a
los Estados Unidos esta forma. Esto sí que es imperialismo yanki, el
prohibicionismo radical antitabaco. En aras de la libertad pido que
junto a los «locales libres de humos» nos dejan el menos un cachito de
España como «espacio libre de inquisidores de humos».

sábado, 25 de abril de 2009

Leonor Watling

miércoles, 22 de abril de 2009

Homer Simpson

Santiago Carrillo




"Fumo porque me da seguridad y autocontrol. El cigarro es un apoyo increíble, sobre todo cuando tengo que hablar con alguien que me cae gordo".

miércoles, 8 de abril de 2009

Volutas

viernes, 27 de marzo de 2009

El fin de los bares.


Un artículo de Joan Barril publicado en El Periódico de Catalunya.


Una de las instituciones más genuinamente humanas que existen es el bar, el café, la cantina, el salón de té, el diván o díganle como prefieran. Sin duda, se trata de una de las instituciones más antiguas de la humanidad. El ser humano dispone de su ámbito privado, pero en el primer estado de socialización inventa enseguida un ámbito público, que va desde la sombra de un árbol en la sabana hasta los selectos clubs británicos. En el ámbito de esa hostelería de encuentro, todo es posible. En la Hostería del Laurel, Don Juan y Don Luis Mejía se contaron sus hazañas. En los bares del oeste americano se pedía no disparar al pianista. En la cervecería Bürgerbräukeller de Múnich, Hitler protagonizó un amago de golpe de Estado. En el Café de Pombo, Ramón Gómez de la Serna se pasó las horas muertas al servicio de la literatura. En Els 4 Gats, los modernos se convirtieron en movimiento. Incluso hace un par de días un ciudadano vasco al que le habían reventado la casa decidió vengarse y, armado con una maza, la emprendió con la Herriko Taberna de su pueblo. Todo lo humano, lo más glorioso y lo más abyecto, se encuentra en los bares y en los cafés. Si un desastre nuclear redujera la población mundial a unos pocos centenares, lo primero que se reconstruiría de nuevo sería un bar, aunque solo fuera por la necesidad de estar juntos.

Pero hay una prevención especial contra los bares. Todas las religiones han desconfiado de esos ámbitos libérrimos. Y, al decir todas las religiones, no me refiero a las del espíritu, sino también a las del cuerpo. De nuevo vamos a hablar del nocivo hábito de fumar. Fumar mata, sí, señores. Sería conveniente que la gente dejara de fumar, pero, por lo visto, no es fácil. Supongo que los doctores que saben de los peligros del humo también deben de saber las dificultades de la adicción, pero eso, por lo visto, no cuenta. Al fin y al cabo, se habla de "la batalla contra el tabaco". Y las batallas solo se dan por finalizadas con la rendición del enemigo. Y, al enemigo, ni agua.

Suscribo plenamente la causa antitabaquista, pero se acrecienta la sospecha de una mala praxis en la erradicación del consumo. Es absolutamente lógico que se impida fumar en iglesias, aviones, empresas, escuelas, hospitales y todos los ámbitos a los que acudimos por causas distintas del placer. Pero queda la hostelería. Y, curiosamente, la batalla solo se va a dar por ganada cuando el tabaco se prohiba en esos establecimientos. En su obcecación reglamentista, se espera que el legislador se imponga a la voluntad de los propietarios o al desembolso que muchos han hecho para garantizar la estanqueidad de los distintos espacios. Al igual que la canción, también el humo ciega sus ojos, pues en la defensa legítima de espacios sin humo se deja a los fumadores y a los propietarios de los bares para fumadores sin ningún tipo de defensa.

Los derechos de los no fumadores se aplican en todas partes, pero no se permite a los bares decidir su modelo de negocio. Los fumadores no tendrán ningún derecho a reunirse en ámbitos públicos. No habrá excepciones. O sea: que esa es la manera más fácil de gobernar. Sin excepciones, sin matices, sin escuchar a los afectados, sin ofrecer alternativas. "Hemos dicho que no y será que no". Pues, ya ven: se acabaron los bares para los fumadores y para aquellos que les acompañamos. Lloraré en su día la muerte de mis muchos amigos fumadores, pero mientras tanto inventaré una vida casera para poder estar con ellos dentro de la ley y lejos del bar. Es hora de cerrar.

jueves, 26 de marzo de 2009

Derechos de fumadores y no fumadores.

Carta de un lector de El Periódico de Catalunya.


Ante el intento de adoctrinamiento que los medios de comunicación están adoptando con el tema del tabaco, debo decir lo siguiente: tengo todo el derecho del mundo a fumar en cualquier local público. Respeto, por supuesto, el derecho de los no fumadores a no hacerlo, pero ellos también deben respetar mis derechos. La única opción razonable es que dichos locales tengan una sala para fumadores y no fumadores; los espacios de fumadores de un restaurante suelen estar llenos, y muchos establecimientos que no permitían fumar han tenido que anular dicha prohibición al ver que se quedaban sin clientes. Pago unos impuestos astronómicos por el tabaco y nadie me puede impedir su consumo, y menos aún en lugares de ocio y diversión.
También es evidente que algunos locales, por una simple falta de espacio, deben decidir si dejan fumar o no, y de la misma forma que yo no iré a un sitio de no fumadores, éstos también tienen la opción de no acudir a recintos reservados para fumadores; es un sistema sencillo y democrático. Ya es hora de que los ciudadanos podamos tener voz, no solo un voto cada cuatro años, algo que sirve de poco si no podemos expresar nuestra opinión en cualquier asunto que afecte al conjunto de la población. Parece que los gobiernos solo sirvan para prohibir, multar, castigar, penalizar y quitar la mínima libertad del individuo. Seamos lógicos y dejemos que las personas decidan sus gustos en su tiempo libre, y facilitemos que todo el mundo, fumadores y no fumadores, puedan estar a gusto respetando a los demás y, a la vez, siendo respetados. Es muy simple.


Jordi Casanova. Tortosa

miércoles, 4 de marzo de 2009

Purazo

viernes, 13 de febrero de 2009

jueves, 12 de febrero de 2009

miércoles, 11 de febrero de 2009

martes, 10 de febrero de 2009

sábado, 7 de febrero de 2009

viernes, 6 de febrero de 2009

Purazo

jueves, 5 de febrero de 2009

Perro fumando.

martes, 27 de enero de 2009

sábado, 24 de enero de 2009

Orangután fumando.

viernes, 23 de enero de 2009

jueves, 22 de enero de 2009

jueves, 8 de enero de 2009