domingo, 2 de agosto de 2009
Los inquisidores de humos
Un artículo de Antonio Burgos
REPITO lo que dije el otro día, pero ahora a cigarros apagados: «Hijo,
estaremos en una democracia y habrá libertad, pero ni en la dictadura
había tanto intervencionismo ni te organizaban la vida de esta forma».
Contra Franco fumábamos mejor. Los fumadores no eran entonces unos
peligrosos sociales. Se ha hablado del regreso a la niñez que supone
el dictatorial prohibicionismo: volvemos a tener que meternos en el
váter para fumar. Pero peor que en el colegio. Allí te metías en
lugares, como llamaban a los baños en los colegios de los jesuitas, y
nadie venía a mirar si salía humo. Pruebe ahora a quitarse el mono de
la nicotina echando un cigarrito en los lavabos de un avión. Es más
que probable que le caiga la perpetua, impuesta por los inquisidores
sin humos.
Que son auténticos dictadores contra el tabaco. Para ellos no hay
mayor problema que el tabaco. Ni más solución que prohibirlo. Son
obsesos del prohibicionismo. El Rey cuenta lo que le ocurrió en su
despacho de La Zarzuela con esa loquita furiosa del antitabaquismo que
es la vicepresidente Elena Salgado. Tenía el Rey una audiencia con la
buena señora, quien entró en el despacho regio, y sin más saludo ni
cortesías, se puso a oler descaradamente, haciendo sonar el aire que
le entraba por las narices, como perro cazador husmeando presa. Y como
una posesa, exclamó:
-¡Aquí han fumado!
Y el Rey le contestó:
-¡Claro! He fumado yo, porque ésta es mi casa.
Si no llega a ser Don Juan Carlos, calculo yo que hubieran sido 300
euros de multa. Es lo que más les gusta a los inquisidores del humo:
no que no se fume, sino que se les caiga el pelo a los que osan fumar
donde ellos han determinado que no se puede. Como si no tuviera en qué
ocuparse con la Gripe A, Trinidad Jiménez ha cantado la gallina de
esta inquina prohibicionista de la Ley Apagada, mucho más rígida que
la Ley Seca americana de los años 20. Ha anunciado que van a prohibir
el tabaco en ab-so-lu-ta-men-te todos los locales públicos. Ni chicos
ni grandes: en todos. ¿Y saben por qué? Porque dicen que la ley
antitabaco ha perdido «su carácter disuasorio». Traduzco: que no da
suficientemente por saco a los fumadores. Hay que hacerles la vida más
imposible todavía. Hay que satanizarlos más como la causa de todos los
males de la Sanidad. Sostiene Trinidad Jiménez que de los 350.000
locales de ocio que hay en España sólo han conseguido que 40.000 sean
libres de humos. ¡Viva el carácter disuasorio de la ley! Y si de paso
se manda fusilar a los dueños de los bares que dejen echar un
cigarrito, verá usted cómo entonces la ley ha cumplido completamente
este carácter disuasorio.
Con toda la demagogia económico-sanitaria del mundo, sostiene Jiménez
que cada fumador cuesta 23.000 euros en gastos de hospital y botica y
en bajas laborales. Y que está la cosa muy achuchada como para pagar
más medicinas de las bronquitis crónicas. ¿Y las cirrosis hepáticas,
no le cuestan dinero a la Sanidad pública, hija mía? ¿Y los
conductores borrachos, no matan a nadie por la carretera, hija mía?
¿Por qué entonces no prohíben ustedes también tajantemente el alcohol
y los botellones callejeros de los chavales, pues también deben de
costar un dinero muy curioso al año en médico, en botica y en bajas
laborales por papalina gorda del sábado noche y por hígados hechos
polvo?
Nunca creí que estos señores tan antinorteamericanos fuesen a imitar a
los Estados Unidos esta forma. Esto sí que es imperialismo yanki, el
prohibicionismo radical antitabaco. En aras de la libertad pido que
junto a los «locales libres de humos» nos dejan el menos un cachito de
España como «espacio libre de inquisidores de humos».
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